
Es normal
Despacito, sin prisas y sin remedio, tus células muertas son reemplazadas, una por una, por células nuevas y un día, lo creas o no, literalmente eres alguien completamente distinto al que un día fuiste.
Van a decirte que cambiar es un acontecimiento, un evento al que hay que acudir dispuesto a todo; lo cierto es que todos los días estás cambiando y que vivir es un gerundio, una vibración, un hilo tenso; queriéndolo o no, estás cambiando; queriéndolo o no, te estás muriendo. La vida es lo que es hasta que un día ya no y puede que ni te enteres y tu diploma, tu empleo y tus ahorros, tu rutina de las cinco de la mañana, tu contraseña, el jalón en la parte baja de la espalda que no te deja dormir, tu declaración anual, la rabia que un día habló por ti y que todavía no te perdonas, el amor que le tienes a tu mamá; todo, todo eso, va a quedar en un archivo que nadie va a ir a visitar.
Se hablará de ti en conceptos que poco o nada tienen que ver con lo que en serio fuiste: «Era muy bueno», «Era muy noble», «Su sonrisa. Qué pena»; la gente que te quiso va a despersonalizarte desde el amor que sintieron por ti y ahí tu recuerdo va a ser reemplazado por una especie de paz que sólo será posible si no se te vuelve a nombrar. El olvido, creo, es la última etapa del amor; ambos son parte del mismo camino consecuente.
Quiero decir que no hay nada realmente emocionante al final del camino aquí y que estar aquí es movimiento. Cambiar, pues, no es bueno ni es malo, es lo que es y es lo que toca; es normal. Procura ser mejor para los tuyos, lo demás es una anécdota que nadie va a saber contar realmente y que, un día, tampoco va a importarle a nadie.