Una vez, un sabio comunicador saltillense, al percatarse de que la estaba cagando al aire ante la inacción de quienes se supone que deberían cuidarlo de los traspiés de la televisión en vivo, exclamó un desesperado, aunque oportuno: “¿Estamos al aire? ¡Avísenme!”.
Porque así debería ser. La gente que tienes cerca y que te quiere y se preocupa por ti, en lugar de andar tragando camote a la hora de la hora, tiene una obligación moral contigo. Si en esa foto que se tomaron ayer en la peda sales al fondo manoseando a una gorda, la tiene que borrar; si ya traes una panzota que hace que tus camisas talla L parezcan ombligueras, se tiene que burlar de ti hasta que sueltes esa garnacha, agarres una zanahoria y te subas a una caminadora a quemar calorías; para terminar pronto, si eres ese pobre pendejo que ya está muerto, nomás no le han avisado, pues te tiene que avisar.
Y viceversa. Si tu compa está todo pendejo y anda detrás de la fototetas 3000 que le va a destruir la vida, avísale. Si tu amiga ya está a medio kilo de agarrar un micrófono para inventar anécdotas de los cientos de cabrones que dice que andan detrás de ella, avísale. Si tu esposo conserva su colección de Funkos de Batman en lugar de tirarlos a la basura porque, según él, algún día valdrán una fortuna, avísale.
Es difícil avisar, porque sabes que tienes que romperle poquito el corazón a quien le estás avisando, pero si no lo haces tú, con cariño, comprensión y ternura, lo hará la vida y el resultado será cien veces más culero. A ti te toca esa responsabilidad, es tu mano la que con amor está destinada a descorrer ese velo que le cubre los ojos, es tu voz la que lo ha de despertar de ese sueño que, aunque dulce, siempre es falso.
Sé varón, misisípate, avísale.