Hay conocimientos que parecen inútiles hasta que un día ya no. Y aunque hoy nos burlemos de la gente que sabe tejer chambritas, de los güeyes que hacen parkour en centros comerciales o de los que estudiaron filosofía, un día sus habilidades quizá, con mucha suerte, les sirvan para salvar la vida.
Por eso, aprende náhuatl. Además, con el régimen en pleno apogeo, no falta mucho para que el país termine de convertirse en un tianguisote a cielo abierto, donde las transacciones se hagan con maíz, cacao y guajolotes. Y ahí, cuando estemos de vuelta en el sistema de trueque, los únicos que van a poder negociar algo serán los que sepan decir en perfecto náhuatl: “¿Cuántas cabras por su hija la gordita?”.
Mientras tú sigas viviendo en la ignorancia con tu español naco —diciendo “vinistes”, “habemos”, “es un honor estar con Obrador”— y tu inglés de “pollito-chicken, gallina-hen”, los que aprendieron náhuatl ya van a andar dominando el mercado del intercambio. Van a estar ahí, comprando terrenos a cambio de dos guajolotes y media mazorca, mientras tú te seguirás preguntando con acento fifí: “¿Quién iba a decir que iba a extrañar a los putos Oxxos de cagada?”.
Y si creías que la discusión iba a ser si el náhuatl era útil o no, estás muy equivocado. Porque en cuanto el trueque sea ley, la mayor batalla cultural de nuestro tiempo se va a definir en los puestos de garnachas: la Gran Depresión de las quesadillas. Si algo nos ha enseñado la historia es que el chilango prefiere quedarse sin casa a quedarse sin tener la razón, y cuando descubra que en náhuatl “quesadilla” no significa “tortilla doblada”, sino “tortilla con queso” como siempre les dijimos, habrá un cortocircuito en la Matrix y el país va a colapsar con un gigantesco grito de “nts, chiiaaaa”.
Ningún conocimiento es inútil cuando el mundo se va a la verga. Y cuando eso pase, ¿quiénes creen que van a sobrevivir? Exacto, los que saben náhuatl, los que saben hacer fuego con dos palitos y los que saben diferenciar el cilantro del perejil.
Tiquittāzceh Mēxihco, cahuantzin. O sea, que chingue a su madre el América.