En tu glorioso ayer, cuando la juventud y la ilusión, creíste que el futuro gris nunca llegaría y desperdiciaste el color de los días en actividades banales que has olvidado.
Tomaste algunas decisiones que no solo te trajeron un provecho nulo, además te causaron un detrimento profundo, incluso catastrófico. A veces los errores cobran intereses que no se pueden saldar.
Pero esos errores también te formaron; son una parte tan importante de ti como tus aciertos, y como el azar, que en no pocas ocasiones convirtió las decisiones malas en buenas y viceversa.
Todo lo que alguna vez elegiste te ha traído hasta ti, te puso en el camino que desembocó en la persona que eres, con sus virtudes y sus defectos, con sus recuerdos invaluables y sus lecciones aprendidas.
Sin los tropiezos que sufriste, sin las cicatrices que te adornan el espíritu con una estética contradictoria –a la vez terrible y preciosa–, serías una persona distinta, o eso quieres creer, aunque sea imposible. El pasado está inscrito en una pared de piedra que no se puede modificar. Lo único que te queda es mirar hacia adelante.
Camina. El sendero que te espera está lleno de nuevos tropiezos, otras tardes grises oscurecerán tus días más soleados, otros inevitables adioses se llevarán tus fugaces sonrisas.
Reconoce tus errores, abrázalos, hazlos parte de ti y, sobre todo, atrévete a cometerlos. No importa si aciertas o te equivocas, todas tus decisiones se perderán en el tiempo pero, con suerte, a ti te quedará la satisfacción de haberlas tomado a pesar del miedo.