A lo largo de nuestra vida vamos llegando a diferentes tiempos y espacios donde sucedemos. En ellos pasa lo que nos acaba dando forma, o lo que nos la quita. Somos aquellos que se forjaron en cada uno de esos sitios, y no los otros, los que pudimos ser si hubiéramos llegado en otro momento a cualquier punto de la historia.
Alcanzamos pues lugares que atestiguan nuestro paso por el mundo, nuestra evolución, nuestras caídas, nuestras heridas, nuestros incendios.
Hay lugares por ejemplo, a donde vamos a aprender, en los que nos enfrentamos cara a cara con lo que va a partirnos el alma y el corazón para enseñarnos que la vida es cruel si no entendemos cómo resistir la embestida.
Hay lugares también a donde vamos a encontrar las decisiones correctas equivocándonos una y otra vez, esquinas que nos regresan al principio y nos dan la oportunidad de replantear el camino hacia delante, y a veces hacia atrás.
Hay lugares a donde vamos a olvidar, a soltar lo que ya no es nuestro, a abrir las manos para liberar lo que ya tiene mucho que se fue. Zonas a las que vamos a desprendernos de lo que ya no es y no será.
Hay lugares a los que vamos a querer, a entregar lo que todavía queda entre nuestro pecho y nuestras ganas, a explotar de amor para llenar de sentido la vida de alguien más que a su vez ya llenó la nuestra.
Hay lugares a donde vamos a soñar, a imaginar todo lo que podemos ser, a descubrir las rutas que nos acercan a ello. Rincones que nos esperan para volver realidad lo que parecía apenas un deseo.
Hay lugares a donde vamos a aprender, a encontrar, a olvidar, a querer, lugares a donde vamos a soñar. Casi siempre, latido a latido, nos muestran el camino correcto. Hay lugares a donde vamos a vivir, y todos ellos tienen nombre, tienen pulso y respiran.