Cuando hablo con Dios hablo de las personas que amo. Hablo de las ganas que tengo de que estén vivas y de que estén bien, de lo mucho que me importa que lleguen lejos y que lleguen sanos, de todas las posibilidades que existen de que sean felices y de lo mucho que las deseo para ellos.
Cuando hablo con Dios hablo de quienes le dan sentido a mi vida, y hablo también de lo que le da sentido a la suya, de lo que aman, de lo que les preocupa o lo que les inspira. Hablo de la sangre galopante que se vuelven cuando necesito empujar mi corazón.
Cuando hablo con Dios hablo de las personas que me hacen querer volver a casa por las noches, volver al lugar que me vio crecer, volver a los brazos que me refugiaron. Hablo de su historia, de lo mucho que hicieron y hacen por mí, y hablo, sobre todo, de su futuro, de lo que viene, de lo que les espera. Hablo de sus anhelos y de sus ilusiones, y de todo eso que les hace ir detrás de cada uno de sus sueños.
Cuando hablo con Dios digo, uno a uno, sus nombres. Y hablo de las muchas formas que existen para acompañarlos en el camino. Hablo de su camino y de su destino y de cómo se ha entrelazado con el mío.
Cuando hablo con Dios hablo de mí. Hablo del espacio que han llenado en cada uno de los días en que han estado a mi lado, hablo del tiempo que me dan y de la tristeza que me quitan. Y hablo del amor que crece a partir del que ya hemos sembrado.
Cuando hablo con Dios hablo de nosotros, de ellos, de mí. Cuando hablo con Dios hablo de Dany, y de María y de Carlos, de Marisol y Josué, de Sara, de Santiago, de Romina.
Cuando hablo con Dios pido por ellos
Pido que sigan vivos y que sigan bien. Que lleguen lejos y que logren mucho. Que amen siempre y siempre les regrese ese amor. Que vuelen alto y que canten fuerte. Que iluminen cualquier lugar a donde vayan y que nunca se apaguen. Que no tengan miedo y que nadie les haga daño.
Cuando hablo con Dios, hablo de ustedes.