Hace unos días hablaba sobre todo lo que permanece sin importar el imparable avanzar del tiempo; la calle donde aprendimos a andar en bicicleta, el parque seco en donde hicimos amigos, el árbol que nos dio sombra y que, probablemente continuará ahí después de que nos vayamos, las promesas que nos hicimos aquella tarde por primera vez con alguien. El sol, siempre el mismo, y siempre la misma noche. El mundo bajo nuestros pies.
Y así, pensando en ello, me di cuenta de que ni tú que me escuchas, ni yo que te hablo, formamos parte de toda esa permanencia; muy al contrario, estamos de paso. Los muchos años que vamos a vivir, son apenas un fugaz parpadeo entre la historia que ocurrió antes de nosotros y la que sucederá después; y dentro de pocos siglos, no quedará ningún rastro nuestro.
De súbito, recordé a aquellos que ya no están, amigos y familia, mis abuelas que amé, mis mascotas de cuando niño, a Alex, a Victor, a Josefina, a Rogelio. Un cúmulo de nombres de quienes ya no. Me hundí un poquito entre tanta ausencia, sin embargo, también de pronto, vinieron a mi mente todos los que aún siguen. Los que acá estamos: Dany, Marisol, María, Carlos, nosotros, los que sucedemos todavía dentro del parpadeo.
Comprendí entonces que todo se reduce a eso, a aprovechar el tiempo cada uno de los días en los que continuamos, a perpetuar las palabras y los hechos con cada uno de esos nombres; a tomar bien fuerte la mano que nos acompaña, y a quedarnos para siempre, mientras duremos.
Hace unos días hablaba sobre todo lo que permanece, y entendí que no somos parte de ello. Así que aquí me tienen, haciendo que cada día que vuelvo a ver el mismo sol y la misma noche, escuche nuevamente? las voces que amo y que persisten.