La tenue luz que el tiempo arroja a la distancia le dará al pasado una apariencia gloriosa que te hará anhelar lo perdido. Extrañarás lo que fue tu vida, no necesariamente porque haya sido mejor, sino por la mística que adquiere lo irrecuperable.
Extrañarás tus días de juventud, cuando el mundo era nuevo y las posibilidades casi infinitas; pensarás en el tiempo que se te ha ido como agua entre los dedos; te dolerán de nuevo las cicatrices que marcaron tu camino.
Acumularás canas, arrugas, oportunidades perdidas. Vendrán de golpe a tu memoria los recuerdos de otros días, de otras risas, de otros llantos que, ahora lo entiendes, quizá valieron la pena.
Una nube gris opacará tu presente y te sentirás tentado a volver sobre tus pasos, a renunciar al porvenir, a lanzarte en busca de algo que ya no existe: memorias que se han perdido como lágrimas en la lluvia.
Pero si eres capaz de mirar a través del fantasma del ayer, el hoy te ofrece un tesoro irremplazable: la posibilidad de disfrutar lo concreto, lo actual, lo más cercano, aunque no se parezca a la falsa idea de aquello que fue.
Sonríele al presente, que parece eterno, aunque dura poco. Después de la nostalgia casi siempre brilla un nuevo día.