La vida vale por las personas que están en ella. El amor se entiende a partir de alguien más.
Si nos aterra la posibilidad de perder a una persona, es que amamos. Si nos importa el que otros estén bien, es que amamos. Si hacemos por otros lo que no haríamos ni por nosotros mismos, es que amamos.
La vida vale por quienes permanecen a nuestro lado, y el amor se entiende a partir de alguien más.
Entender esto es fundamental para comprender cómo funcionamos los humanos. Es increíble darnos cuenta de que el motor más grande que tenemos es un corazón que no late en nuestro pecho.
Qué impresionante es el amor que, aunque no lo vemos, no se borra, no se rompe, no se acaba.
Nace, de nuestro cuerpo hasta otro, una fuente inagotable de sentido que atraviesa cualquier distancia, y que permanece, inclusive, más que nosotros mismos. El amor atraviesa el tiempo y el espacio, y atraviesa también el puente indescifrable entre la vida y la muerte.
La vida vale por quienes estuvieron en ella, y el amor se entiende a partir de otro nombre que fue, aunque ya no sea.
El amor no toca a la puerta, la derrumba.
El amor no toca a la puerta, la construye.
Que encuentren en los ojos de los seres que aman, en su voz, en su mirada, en la sensación de su cuerpo a su lado, o en la memoria que aún ocupan, todo el sentido necesario para seguir vivos y salir ilesos.
El amor no toca a la puerta. Es la puerta.