Queremos el amor de regreso, y siempre vuelve. El problema radica en que, casi todas las veces, no vuelve desde donde lo esperamos.
Queremos el amor de regreso pero con ciertas condiciones. Elegir quién lo da, dónde sucede, en qué momento, hasta cuándo. Pero ni la vida, ni el amor son así.
El amor es una fuerza tremenda, incontenible e incontrolable. Es una energía que todo lo llena y no se detiene, se desborda. El amor es una cascada que no deja de caer y una fuente que no deja de brotar. Siempre está.
¿Somos capaces de reconocerlo en sus distintas formas? ¿Sabemos qué hacer con él?
No podemos decidir el origen del amor que va a llegar a nuestra vida, ni en qué tiempos, ni en qué espacios. No podemos decidir el trayecto del amor que damos, ni en dónde acabará o cómo volverá. No podemos decidir las distintas formas que tomará, ni las personas que lo traerán a nosotros. Solo tenemos la certeza de que regresará. Me gusta creer que el amor que daremos será mucho menos del que vamos a recibir.
Yo he visto el amor volver en la forma de nuevas miradas, de otras voces, de nueva música, de otros pasos. He visto el amor volver en nuevas historias, en paisajes, en silencios.
El amor es la corriente que vuelve, ese es el hecho, y vuelve con determinación y sin frenos. La pregunta que define todo, es si seremos el cauce o el caudal, si seremos la ola imparable o la orilla donde rompe.
Aprendamos a reconocer el amor que vuelve, a aceptarlo, a convertirlo en nuestro, porque de una cosa estoy seguro, el amor es maremoto, y volverá con más fuerza que con la que se fue.