La vida es difícil. Todos los días te vas a encontrar con lo inesperado, lo inédito, lo incierto. De eso se trata vivir, de aprender a lidiar con el mundo, que cada día es distinto y te desafía a evolucionar, a solucionar otros problemas –algunos complicados, otros simples, pero todos nuevos– hasta que un día, por fortuna, ya mejor te mueres.
Pero mientras Dios padre te llama a su siniestra, estás obligado a enfrentar esos problemas de una u otra forma. Puedes reconocerlos, analizarlos, buscar la mejor forma de despacharlos uno por uno, o todos juntos; o puedes ignorarlos, dejar que se acumulen y esperar a que, por alguna casualidad o magia del destino, desaparezcan. La elección es siempre tuya.
La vida es difícil, y a veces esos problemas te agobian, te hacen pensar que no tienen solución, que no hay una salida cercana y es entonces cuando la escuchas, cuando intenta seducirte, cuando llega a tus oídos por primera vez como el canto de una sirena: la dulcísima voz del chisque.
El chisque corroe, carcome, destruye todo lo que amas. Empieza contigo —eres tú lo único que se interpone entre el chisque y el mundo— y termina por expandirse allá afuera. No hay fuerza que pueda detener un chisque en fuga.
La solución, aunque es obvia, no siempre nos lo parece: resiste, aguanta sus embates, no permitas que su suave voz te engañe. La vida es difícil y, a veces, muchas veces, vas a tener que apoyarte en los demás para no ceder. Déjate ayudar, permítete flaquear y permítele a tu gente, cuando haga falta, ser fuerte por ti.
El chisque es poderoso y está en todos lados, pero vamos a estar bien, mientras estemos juntos, vamos a estar bien.