A lo largo de los años nos han convencido de una cantidad impresionante de ideas absurdas. Por ejemplo, que debemos comer plantas como si fuéramos conejos, que los Pumas son un equipo grande del futbol mexicano y, quizá la peor de todas, que el debate es bueno.
¿A quién se le ocurrió que el intercambio de ideas enriquece la mente? A quien nunca tuvo que discutir con los palurdos digitales que ahora quieren meter su cuchara en cada discusión, que no dejan tema sin pasar y que creen que “argumentar” significa repetir la misma mamada una y otra vez hasta que, por hartazgo, todos terminen dándole el avión.
En un debate hay solo dos sopas: si estás debatiendo con un pendejo, nomás vas a perder tu tiempo porque el pendejo nunca dejará de serlo; ahora que si estás debatiendo con alguien brillante de argumentos sólidos y elocuentes, entonces el pendejo eres tú. No hay modo de ganar.
Mejor no güirigües, que las resoluciones que tomaste en tu cabeza sean las finales. Sé varón, muérete con la tuya, que nadie te cambie la mente.
No te dejes influir por las razones de quien no entiende las tuyas y si, por algún motivo fuera de tu control, te ves orillado a debatir, sáltate el funesto paso de la palabrería y vete directamente a los chingazos: nunca va a poder más la razón que la fuerza bruta de un vergazo bien acomodado.