Hay quienes se vuelven raíces que crecen entre el pecho y los sueños rodeando nuestros corazones con su avanzar incontenible.
Hay quienes se vuelven alas y nos llevan a sobrevolar el mundo. Nos abren paso hacia horizontes nuevos, o se convierten en el horizonte entero. Vuelan sobre nosotros, con nosotros y para nosotros. Los seguimos como un girasol que persigue el brillo de una estrella.
Hay quienes se vuelven un eco que siempre regresa y nos recorre por dentro haciéndonos saber que nos ama y que impulsa cada uno de nuestros latidos con el sólo hecho de acercar los suyos.
Hay quienes son la orilla tranquila que nos espera, la costa en calma donde rompemos los que veníamos sin dirección definida pero con fuerza. Se vuelven refugio y casa, y nos llenan de esa misma paz con la que nos estuvieron esperando.
Hay quienes son el galopar de nuestra sangre, el río de vida que nos mueve, el caudal y el cauce.
Hay quienes se vuelven luz y nada puede detenerlos, ninguna sombra se resiste ante sus ojos abiertos y sus sonrisas que todo lo alumbran, incluyendo nuestro futuro.
Y justo la vida se trata de encontrar esas raíces, colocarnos esas alas, viajar sobre ese eco, llegar a esas orillas, seguir esos latidos y dejar entrar esas luces. Una vez que sucede estamos seguros entonces que todo tiene sentido y que el viaje ahora es el destino.
No importa en dónde acabemos. Estar con ellos es haber llegado.