Hablando de mujeres y traiciones se fueron consumiendo las ilusiones, anhelos y deseos de nosotros los hombres buenos y pacíficos.
Pero más que hablar de ellas, este es un texto que habla de nosotros, aquellos seres que, esperanzados, veíamos al mundo como un lugar colmado de potenciales escenarios, todos felices, en los que terminábamos de viejos, sentados en nuestro amplio sillón y junto a una chimenea, contándole los grandes momentos de nuestras vidas a nuestros nietos, después de haber pasado por todo y por tanto con ella, la mujer de nuestros más tempranos e inocentes sueños, que está horneando panqués y galletas para nosotros mientras hacemos de narradores y suena Everybody loves somebody de Dean Martin al fondo.
Respiro hondo como quien quiere enfrentar al asolador pasado, miro el retrovisor de la vida, y veo a aquellos que pudimos haber sido si no fuera porque a muy tierna e indefensa edad, tuvimos que enfrentar al verdadero flagelo de cualquier futuro caballero, al quebrantador de almas, al demoledor de cimientos: el amor mal correspondido, el amor que fue sólo de ida, o inclusive, el amor que fue traicionado.
Pero es así, también somos estos, los que quedamos después del huracán, los que se pusieron de pie aún habiendo pasado el terremoto, los que, con la cabeza en alto, resurgimos de entre el derrumbe, y nos dispusimos a hacer la vida lo mejor que pudimos para llegar a ese mismo sillón llenos de cicatrices, que no son otra cosa que la evidencia de que estuvimos vivos y nos atrevimos a todo.
A final de cuentas, no hay más verdad que esta: uno se rompe para ver de qué está hecho.