A veces se nos olvida que en la escala cósmica somos un suspiro, un parpadeo, apenas unas motas de polvo que se perderán en la vacuidad del espacio.
Y como se nos olvida, un día empezamos a tomarnos en serio, a creer que lo que decimos, lo que hacemos, lo que hemos construido con el tiempo, es muy importante.
Le damos valor a eso que acumulamos, a eso que aprendimos y perpetuamos porque lo hemos llevado a cuestas muchos años.
Pero los años no importan, no tienen un significado. Su sentido es transcurrir. Continuarán su inexorable marcha hacia la nada, y nosotros con ellos.
Se nos olvida que un día no seremos nada.
Por eso, que chingue a su madre la solemnidad. Alégrate por los pequeños detalles y siempre, de alguna manera, exprésalo. Sonríe, ríe, íe incluso. Aviéntate ese chascarrillo sobre la panzona de tu cuñada, búrlate abiertamente del pelón de tu jefe, carcajéate de las pendejadas que dice la pelosverdes de la oficina.
Recuerda que la risa es el camino más corto a la felicidad, aunque también es un arma de doble filo, porque nunca debes olvidar que donde entra la risa, entra la longaniza. Así que ten cuidado por dónde se te mete.