A cierta edad, tenemos claro que la fortuna más grande que puede perseguirse, es la paz. También a cierta edad, entendemos que la paz no se persigue, sino que se encuentra.
Sabiendo eso, ponemos en marcha entonces acciones para hacerlo; sin embargo, a pesar de la edad, muchas veces creemos que vamos a lograrlo buscándola en donde la perdimos. En el amor que se fue, en los sueños que tuvimos, en las ilusiones que no serán, en las promesas que no se cumplieron, en los pactos que se quebraron, en los acuerdos dichos, pero nunca hechos. En las alas que no conseguimos.
Buscamos ahí, nos esforzamos ahí, trabajamos por ello. Nos desvivimos por vivir lo que no fue.
Es en este comportamiento en donde radica la contradicción más grande del ser humano: buscamos la paz en donde la perdemos. Confundimos aún recuerdos con deseos, anhelos con certezas, promesas con futuros. Somos incapaces de percibir cuando estamos trabajando por encontrar algo en donde no está.
Ningún tesoro fue hallado en donde nunca estuvo.
A cierta edad, estamos listos para entenderlo y también para ponerlo en práctica. Y comprendemos que lo que siempre estuvimos buscando eran raíces, no alas.
No hay momento específico para encontrar la paz.
La paz es una decisión.
Si no la encuentras delante de ti, mira arriba, y si no está, mira atrás, y si tampoco, mira adentro.
No te busques en lo que te hizo perderte. Nunca estuviste ahí.