No sabes nada. Crees saber porque te llegan mensajes a tu teléfono y porque los revisas con un dedo mientras desprecias con una mueca a la gente que tienes delante de ti, esa gente que conoces y no te importa, de quienes sabes sus nombres y nada más; pero, no sabes quiénes son en realidad, no sabes qué les preocupa, por qué lloran todas las noches ni por qué han ido al hospital ni por qué tienen un tic nervioso ni por qué no hablan con sus papás desde hace un año.
Es que no sabes nada. Crees saber porque usas ínstagram y subes ahí muchas historias de tu vida anodina, de tu comida anodina, de tu cara anodina, de tu ropa anodina que es idéntica a la ropa anodina de tus amigos anodinos, subes muchas fotos que te han tomado tus muchas novias en los muchos restoranes y bares que visitas.
Pero no sabes nada y crees que sabes. Crees que sabes porque tienes un título universitario y un puesto de trabajo rimbombante y tres perros con nombres de persona, y te diriges a ellos como «hijos», como «familia» porque no tienes familia ni hijos y tus amigos no son tus amigos porque no sabes quiénes son porque nunca hablas con ellos de frente porque prefieres ver las reacciones de tus historias de ínstagram que tener una conversación con gente real.
Tampoco sabes que no te gusta el mezcal y, para sentirte integrado a ese grupo de personas a las que llamas amigos, lo bebes como si te fascinara y también tomas cerveza, aunque tampoco te gusta. También por eso, para ser parte del grupo, fumas, y no te gusta porque te duele la cabeza y quisieras no estar ahí; pero, sabes que debes permanecer en ese lugar horrendo, lleno de ruido y de excitación, de risas y de abrazos y de efusividad forzada. Pero tú quisieras estar en otra parte.
Regresas a casa y no sabes nada, pero te abruman el silencio y los recuerdos de los lugares en los que has estado y de la gente que es parte de tu vida y de esa rutina anodina a la que llamas vida, y también de ahí quisieras huir. Pero no sabes a dónde porque no sabes nada.
Pero cada día te repites que sí, que sí sabes. Y te lo crees y te quejas en tuiter. Te quejas de las mil fotos de tus amigos que son iguales a las tuyas; te quejas de que nadie te escucha porque ya no existen las conversaciones reales y todos viven inmersos en un celular y nadie pone atención; te quejas de que ya nadie quiere formar una familia y también te quejas de tus perros, a quienes llamas tu familia; te quejas cuando tienes compañía y también te quejas de la soledad. Te quejas porque no sabes nada.
No sabes, ni siquiera, que, tarde o temprano, te vas a morir.