Hay personas que llegan a nuestras vidas para marcar una era, para partir el tiempo en dos. Y eso no quiere decir que nos rompan la vida (aunque a veces sí), sino que son tan importantes que el tiempo se cuenta distinto antes y a partir de ellas.
Si arrancamos de la idea de que conocer a alguien en este mundo es mucho más difícil que no conocerlo, entenderemos la fortuna que es coincidir. Sin embargo, hay quienes llegan, se vuelven todo, y luego se van.
Uno creería que aquellos que cobran ese nivel de relevancia, se quedarían para siempre, pero no es así; muchas de las veces se diluyen hasta un punto similar, o incluso mayor, al que estaban antes de haber llegado.
Pero su relevancia no se trata de ellos, o de su permanencia, sino de su efecto en nuestras vidas. Normalmente esas personas que parten el tiempo, es porque nos cambian, nos vuelven otros, nos hacen descubrir posibilidades de nosotros mismos que no conocíamos.
Si lo pensamos detenidamente, sí se quedan para siempre, pero lo hacen de otra forma; se queda su esencia en la nuestra, su reflejo en nuestro paso, en cómo decidimos, cómo amamos, cómo creemos, cómo vivimos, cómo morimos. Viven, de algún modo, en lo que somos.
En esas ocasiones en que es inevitable la distancia y la lejanía hasta que, poquito a poco, nos volvemos desconocidos otra vez, tengamos la certeza ahora de que mucho de nosotros, es porque ellos. ¿Cuánto de lo que somos es por lo que fueron? ¿Cuánto de lo que fuimos vive aún en lo que son?
Hay personas que llegan a nuestras vidas para marcar una era, para partir el tiempo en dos. ¿Cuántas veces hemos sido esa persona? ¿Somos el antes y el después de alguien? Estoy seguro de que sí, y eso, eso es trascender.