Abrazarse al despedirse
Quién sabe cómo es que uno abraza su tragedia y la convierte en una suerte de transición. A veces va mal y a veces va peor. Rodar cuesta abajo sabiendo que nada frenará tu inercia de bola de nieve. Quizás el suelo, pero seguro nada.
Hay gente que asume sus asegunes, suspira y sonríe con tristeza esperando el final de una caída que no eligió pero que, sabe, eventualmente encontrará su fin y su primer escalón de vuelta rumbo arriba.
Esa gente merece más que poco: una sonrisa insatisfecha, una anécdota apesadumbrada que pueda convertir en historia de éxito, un empujón, una mano. Esa gente somos casi todos. Aprendimos a vivir en la solidaridad callada del día a día, aprendimos a ayudarnos torpe e ineficientemente; cálidos e inútiles; rodando abrazados rumbo al fondo de un precipicio desde donde habremos de reiniciar la cuesta cada vez.
Esa gente somos casi todos. Gente sin remedio en un mundo sin remedio; tendiéndole la mano al resto para sacarnos de un sitio al que habremos de volver apenas nos dé el primer aire de incertidumbre y, aunque no vamos a salir, lo vamos a intentar; inoperantes pero juntos.
De eso se trata despertar todos los días: esperar el golpe de las seis de la mañana en una alarma que odias, ponerte debajo de la regadera, cerrarte el cinturón por encima del botón abierto, caminar deprisa en el transbordo, saludar al portero, esperar a que se enfríe tu café, mirar el reloj, comentar el partido, salir a comer, volver a contar el mismo chiste, mandar un mensaje, mirar las fotos de tus sobrinos, extrañar a tu mamá, descubrir una nueva canción, sonreír por nada, confiar en ti, volver a tener fe, tomarte una cerveza con tus amigos, quedarte mirando un clavo en la pared; abrazarse al despedirse.
No estés triste. Si lo piensas, ésa es la mano o el empujón, ésa es la solidaridad cálida e inoperante. No estés triste; si no estamos mejor, eventualmente vamos a sentirnos mejor, sea lo que sea que eso signifique.
Hay gente que se irrita si un extraño o un querido le sugiere no estar triste; quieren soluciones, no empatía; quieren eficiencia, no amigos. Terrible negocio. Hicieron de su tristeza una personalidad y son hostiles hasta cuando ofreces tu peso como ancla; por si sirve, por si algo. Déjalos, allá ellos con su conmiseración o nada, acá nosotros con nuestro cariño torpe.
El té de canela de tu mamá cuando te duele la garganta no va a curarte el resfriado pero la taza caliente te va a recordar que hay gente que ve por ti y que te necesita para rodar contigo, para sonreír en la tragedia; para que no pierdas de vista que estar vivo es una porquería, sí, pero que a veces vale la pena.
No estés triste. No tenemos soluciones, pero nos necesitamos en esta desesperanza. Mañana será otro día.