Tú siempre estás pensando mucho en lo que una vez hiciste mal para que, de algún modo, el reproche alcance tus días buenos y te tropiece de vez en vez; tú siempre estás pensando mucho en lo que una vez hiciste bien porque piensas que tu mejor versión ya venció y que aquellos días sí que fuiste bueno para algo, no como ahora, que eres sólo lo que eres y tus ojos no son capaces de mirarte como te miran los que te admiran. Tú siempre estás pensando mucho.
Y justo ahí, con los ojos puestos en el retrovisor, dejas de notar que el presente es un gesto tenue apenas y no un estado en el que habitas. El presente es una breve sinapsis, es una aguja de impresión, un hilo que remienda lo que fuiste con la primera luz de la mañana de mañana. Un gesto tenue apenas: apretar el volante con las dos manos, tragar saliva, borrar un número.
Y es que es cierto que te equivocaste, pero lo pagaste en tus consecuencias, como pudiste y en tus tiempos. Y tanta culpa nunca ha sido buena luz para elegir camino. Y también hiciste cosas bien y, aunque nadie te lo agradeció, deberías subir tus aciertos al marcador para que la balanza no se tumbe a tus espaldas.
Entiende pronto que el futuro es un lugar al cuál sólo puedes llegar soltando carga y reduciendo dimensiones. Perdónate el pasado y empuja rumbo a ti. Pasa la página y renuncia a algo, en serio renuncia, porque es imposible que te lleves todo contigo. Pierde peso porque, allá a donde vas, se llega con una maleta vacía.