Hay dos o tres personas en el mundo a las que les debes una explicación, hay otras dos o tres personas en la vida a las que les debes absolutamente todo. La verdad es que tú eres lo que eres, para bien o para mal, por quienes se aferraron a ti cuando estabas a punto de soltarte y por quienes te tiraron un cable cuando te perdiste.
Recientemente, en la edad de las terapias y el esoterismo de lo personal, se popularizó la idea de que uno es lo único que importa y que tú no le debes nada a nadie; bonita frase, sí, si estás dispuesto a morirte solo en la cocina de tu casa, pero llena de desprecio hacia uno mismo y hacia los que se toman el riesgo y la esperanza de quererte. Si en serio crees que no le debes nada a nadie, preparate para un zumbido lejano en medio del silencio cuando se apaguen las luces.
Debes todo tú y lo debes desde el principio. Eres una deuda que vamos pagando entre algunos todos y que, con suerte y ya saldado, sabrás bien que toca empeñarte para pagar a quienes consideres tuyos. Te le debes a tus papás que volcaron su vida completa para criarte cuando medías 50 centímetros y tu corazón latía a 140 por minuto; te le debes a la mujer que vio en ti al hombre que quieres ser y que, con suerte, un día encontrarás; te le debes a los amigos que se te sumaron y que se te ponen al costado cuando trastabillas tu paso; te le debes a quienes te tienen en pie. Es estúpido pensar que estás en pie por mérito propio: arrogante y estúpido. Tú sólo eres casi nada, pero varios casinadas hacemos algo.
Sabiendo que Roberto tiene que escuchar consejos, nunca haces el bien sin mirar a quién, y eso no está mal. Habrás de entender que te toca poner todos tus recursos en tu amigo el talentoso, toda tu energía en la mujer que cuida tu familia, toda tu fe en tus hijos, todo tu agradecimiento en tus padres.
Le debes todo a dos o tres, hay que ir pagando; pero también te deben mucho tres o cuatro, hiciste bien.