
El gremio
No vas a estar de acuerdo conmigo, pero esa idea de romantizarlo todo al punto en el que se te volvió insostenible es justo lo que te tiene cansado de la vida. Crees que odias todo y que todo te sale mal, pero en realidad es que estás idealizando cosas en las que no crees y te obligas a ver la belleza en donde simplemente no la encuentras.
No quieres leer El Quijote, quieres decir que lo leíste para luego apuntar, con graciosa corrección, que la cita de los perros que ladran no aparece en ninguna de las dos entregas. No es cierto que no funciones hasta que no tomes tu primer café del día: eres el mismo pendejo a las siete de la mañana, cuando estás descafeinado, y a las diez, cuando ya te arde el pecho de gastritis.
Lo que te está matando es ese esfuerzo infértil por demostrar que eres algo que no eres y que amas algo que, las más de las veces, apenas toleras: exagerar lo ordinario, festejar lo cotidiano; condenar enérgicamente y en público lo que, en el fondo, te jaló una mueca que parecía una sonrisa.
Vivir para los que no te importan empezó a cobrarte una renta que ya no puedes pagar y sólo es cuestión de tiempo para que el desahucio te tumbe la puerta de una patada y te diga que no puedes vivir ahí en donde, también, a nadie le importas.
Pero a todos nos llega el día en el que la verdad nos reclama y sueltas peso y aflojas la mandíbula y lo dices por fin, como si cualquier cosa: «La verdad es que no me gusta tanto el café».