Vivimos tiempos canallas; días en los que la narrativa general te llama a no hacer más de lo mínimo necesario, una época en la que más vale evitar la fatiga que presentar el deber cumplido: «Que nadie te lo agradece, que no vale la pena, que lo que tú estás buscando está allá lejos y que poco o nada tiene que ver con tu esfuerzo por conseguirlo».
Y esas voces avanzan siempre sobre ti y sobre el resto: murmuran, cuchichean; menosprecian tu empeño, le ponen adjetivos a tus ganas y a tu dirección; insisten en que de nada sirve tu afán porque aquí todos vinimos a mirar pasar la tarde en lo que llega la mañana; y te tiran una silla para que protestes junto a ellos en contra quienes no son ellos y se quedaron hasta tarde a revisar un balance o un tema o un pendiente… algo.
Van a decirte que trabajas demasiado para lo que cobras, pero tú y yo sabemos que no trabajas lo suficiente para lo que quieres ser y para lo que quieres darle a los tuyos.
Porque creen que trabajar es rentarse y esperar los días 15 y 30 de cada mes; lo cierto es que trabajar es formarte y ser alguien y tomar rumbo y procurar siempre tener más futuro que pasado y algo que ofrecerle a quien te cuida o te procura.
Trabaja; trabaja mucho y bien, trabaja hacia donde vas y desde donde eres; porque cuando termine la jornada estarás un paso más adelante de lo que estabas ayer y un poco más cerca del lugar al que te diriges. Y entiende pronto y bien que no trabajas para alguien en cierto sitio, trabajas en ti para los tuyos y las rentas de tu esfuerzo siempre habrás de cobrarlas tú.