En las buenas uno es más de lo que es, la confianza se le derrama por los costados e intenta cosas que jamás intentaría: manda el mensaje que ha borrado diez veces por miedo al rechazo, decide pronto porque en la fortuna no hay mucho tiempo que perder; en las buenas uno toma los riesgos que antes le parecieron innecesarios; en las buenas uno sube un par de escalones porque a cierta altura el color de las cosas es mucho más luminoso y, además, es más fácil intuir lo que está escondido del otro lado.
En las buenas, los amigos recuerdan tu cumpleaños, se ríen de tus chistes, planean su vida contigo y te cuentan dentro de los suyos.
En las buenas eres más alto, caminas más derecho y siempre vas en línea recta a donde debes llegar; en las buenas lo haces bien: los errores son razonables y los accidentes son afortunados. En las buenas sabes qué decir y cuándo decirlo; tu cuenta de banco, tus papeles y tu alegrías están en números negros, tus responsabilidades son una motivación y tu casa es un lugar habitable.
En las buenas, la mujer con la que elegiste compartir tu vida te admira y llena tus grises de sus colores. En las buenas, ella ve en ti eso de lo que tú ni siquiera sospechas que eres capaz.
Pero en las malas, en las malas, amigo; en las malas tuyas y en las malas de los tuyos, hay que tragar mierda sin hacer gestos.