Anoche, entre mis amigos y yo, tiramos de un hilo que terminaría por destejer ciertas dudas que, aunque no siempre me las digo en voz alta, me inquietan porque, en el silencio, es imposible no escucharlas caer sobre el piso; como cuando justo dejó de llover pero todavía no se puede salir.
Nos habíamos juntado porque, por cierto protocolo social, la gente se reúne días antes de navidad con cada uno de sus círculos para resolver el año. Nosotros, nuestro equipo de futbol, decidimos juntarnos a asar carne y estar alrededor del fuego, comer de un plato desechable, beber de la lata y reírnos de nosotros; lo que la gente normal hace.
Luego de que salió la primera tanda de carne comenzó a llover y tuvimos que levantar el puesto y cerrar el asador. Cenamos lo que pudimos los que alcanzamos y luego nos apretujamos en la sala para hablar de cualquier cosa en lo que empezaba el karaoke. Dos micrófonos y una bocina, todos desafinados; mientras dos tomaban el escenario, el resto podría ser un sueño raro del que no sabes si quieres despertar. Hubo un momento, por ejemplo, en el que sonaba Juan Gabriel y, al fondo, seis manos intentaban resolver una fuga de agua mientras el resto rebudiábamos el nada nada de una canción que no.
Luego una guitarra y seguimos cantando en lo que se adelantaba la noche.
Al final, cuando quedábamos los que quedábamos y luego de ciertas considerables cervezas, tuvimos que hacernos preguntas fundamentales cuyas respuestas habrían de determinar si sólo somos personajes incidentales en la vida del otro o si de verdad, de verdad, somos amigos.
Nos reímos más de una hora del mismo chiste reformulado cien veces; y cada vez daba más risa que la anterior; y estábamos ahí y ya era el día que sigue, desparramados sobre el sillón, doblados y sin aire. Luego hubo que respirar, recuperamos de a poco la vertical, nos despedimos y recogimos nuestras cosas. Cada quien se fue a su casa.
Cuento esto porque, al llegar a la mía, cuando puse la cabeza en la almohada, antes de intentar dormir, me quedé pensando en que a veces sí, en que la felicidad a veces sí avisa cuando está sucediendo.