El otro es un animal raro que duele porque calza, el otro es un espejo que te arroja hacia ti mismo, el otro es cuando no tuviste cómo o cuando estuviste en condiciones; el otro, los otros, son tú mismo si tienes el cuidado de mirarlos con paciencia.
De pronto, de ningún lado, cae el infortunio y tú recién te habías organizado para desayunar a las nueve de la mañana y luego ir a los Dínamos a escuchar el ruido del agua y pensar en otras cosas. Pero todo pasa en un segundo y nadie te enseñó a pedir ayuda y tú nunca habías sentido el miedo de no saber en dónde poner tus palabras o de qué mano aferrarte para no perder la vertical.
Pues en este mundo solitario todos estamos en mitad de la caída; toda la gente está viviendo algo terrible que le está costando mucho y no sabe si decirlo o agacharse y respirar. Cada otro está inmerso en un drama fundamental que no le importa a nadie, pero tú.
Basta a veces con no preguntarte tanto cuánto ganas por lo que haces o qué vas a sacar si metes la mano donde nadie te llamó. Reconócete en el otro y echa un lazo y camina como siempre y en la misma dirección. Da una mano porque tú te lo mereces, sé decente porque no existe otra opción.