Ésa idea de que no deberías de vivir para otros siempre me ha parecido más tonta que egoísta. Casi siempre, quien te la propone la acompaña de una altanería triste que es más un refuerzo de sus propias ideas para él mismo que un consejo al que habrías de abrirle la puerta.
Te dicen que no te le debes a nadie, que deberías realizarte, que no recargues tus fundamentales en nadie que no seas tú mismo, que el mundo eres tú y que tendrías que ver por ti y por nadie más. Pero si sí, si de verdad fuera así ¿para qué?
Si lo creyeras y cifraras en ello lo que eres y lo que viene, ¿qué te queda?, ¿tú?, ¿tus cosas?, ¿tu trabajo?, ¿tu nadie me regaló nada?, ¿tu casa vacía y ordenada?, ¿tus números negros? Qué poca luz cae sobre ese bajo control.
Lo más importante de tu vida, y puedes o no escucharme pero debo decirlo, no eres tú, sino los tuyos; la gente a la que decidiste guardar dentro de tu corazón para luego lanzar la llave al mar, ese pequeño y caótico universo en la que no eres dueño de nada, más que de el amor que sientes por quienes no son tú.
No eres lo que más importa en tu propia vida: lo que más importa son los tuyos. Vivir con verdad para tus hijos, ser honesto para la persona que amas, estar siempre y con orgullo para tus padres, honrar a tus amigos; existir con agradecimiento para los demás.
Porque la idea de vivir para los demás es mucho más funcional que sacrificada, es mucho más de amor propio de lo que podrías creer. Cuando asumes que estar acá se trata de darte y de tomar al vuelo los momentos de felicidad que se les derraman a los tuyos, entiendes que allá, en los ojos de ellos, lo más importante eres tú.