Pasa a veces que uno trastabilla; que el paso siguiente, por chiquito que parezca, es un problema fundamental; que la duda se enormece y su pura sombra es más grande que todas las certezas en las cuales creías haber construído lo que eres. Pasa a veces, pues, que vacilas.
En esa incertidumbre y en medio de tantas cosas con tantos nombres, aferrado nada más a tus zapatos y al metro cuadrado que habitas, vas a sentir un desamparo hueco que va a inmovilizarte por unos segundos o por el resto de tu vida. Quién sabe. Depende de ti.
Hay que saber que, aunque suene tonto, no siempre no saber en dónde estás significa que estás perdido. Piénsalo.
Pero ahí, ofuscado y cuando nada: busca la luz. Si encuentras por dónde entra la luz, vas a poder salir por ahí; o vas a creer poder salir por ahí. Y a veces con creerlo basta. Busca la luz.
En esa reflexión, o refracción, en ondas o en partículas, vas a notar que ciertas veces la luz que adivinas está terminando su recorrido para llegar a ti desde algún cristal que no consideraste cuando te atarantó el miedo.
Ahí: respira, date tiempo, tente fe, fluye: el río siempre halla su camino rumbo al mar.