Un día vas a enterarte, mientras se escurre la breve luz que sostenía de un hilo la tarde, que todo pasa. Todo: lo bueno y lo malo, lo anecdótico y lo avasallador, la llovizna de las seis que no te deja volver a casa o el espanto que le sigue al relámpago; todo pasa; la tristeza que un día te hizo dudar de tus colores y la alegría por la que un día juraste que eras invencible; todo, eventualmente, pasa.
Desde esa certeza sabrás que casi nunca tienes idea realmente de tu siguiente paso; que todo, en serio todo, cambia en un instante; y que aunque echar raíces revienta flores, hay que saberse errante, estar dispuesto.
Todo es nuevo y todo es tuyo si tienes los ojos y las manos abiertos; si lo piensas sin trabas, siempre estás al filo del agua y todo siempre está por ocurrir; toda vez estás al borde, siempre al canto, a la orilla.
Duda, tambalea, da pasitos contra ti, muérete de miedo, haz las preguntas necesarias aunque no sean las correctas; pero entiende que, puesto al acantilado y a pesar de todo, la respuesta siempre es el movimiento. Todo pasa, absolutamente todo pasa; ve allá, pasa también tú.